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    Entrevistamos a los ingenieros agrónomos Mariana Rodríguez Rolfi y Pablo Caparrós emprendedores mendocinos, que llevan la huerta orgánica a todos los rincones.

    Por Valeria Sederino

    Para tener una huerta sólo se necesita un espacio de tierra, no importa dónde: en tu jardín, tu balcón, un rinconcito o un cajón que simule una maceta, todo es posibilidad para quienes conforman Huerta sin Fronteras. Gracias a ellos, la naturaleza llega a cada casa para quedarse.

    Mariana Rodriguez Rolfi y Pablo Caparrós viven en Chacras de Coria, ambos son ingenieros agrónomos y fueron nominados al Premio Joven Empresario de Mendoza. Junto a la pequeña Guidaí son familia y dueños del emprendimiento al que llamaron Huerta sin Fronteras.

    Todo comenzó en el 2011, cuando decidieron aprovechar un terreno olvidado y cultivar allí una huerta orgánica, sin utilizar químicos de ningún tipo.

    “Allí experimentamos por primera vez la alegría indescriptible de ver cómo lo que plantamos y cuidamos se transformó en cosecha, que luego disfrutamos en familia o con amigos; una experiencia que no tiene precio”, cuenta Mariana.

    Pronto surgió la idea de replicar ese modelo de huerta y adaptarlo a cada casa, a cada espacio más allá de sus dimensiones y así, Mariana y Pablo se fueron desarrollando en lo que actualmente se conoce como agricultura urbana.

    Todo terreno es válido para implementar una huerta, no importa el tamaño o la ubicación, todo aplica siempre que tenga tierra: terrazas, balcones, patios, macetas, cajas de cartón o de madera, no importa qué.

    “Diseñamos las huertas a la medida de las necesidades de cada cliente, evaluamos la disponibilidad de lugar para instalarlas, lo que se quiere sembrar, el momento del año, la presencia de animales, el tipo de luz y ventilación, y muchas más variables que difieren según el caso”, explica Mariana. Luego procedemos a la implementación y posteriormente al seguimiento”.

    “El objetivo es acercar la tierra a las nuevas generaciones que están totalmente alejadas de la naturaleza”, explica Pablo. “Seguimos un cambio muy grande que está teniendo lugar en el mundo hace unos años y que propone llevar de alguna manera el campo a la ciudad”.

    ¿Qué respuesta reciben de la gente?

    Mariana: ¡A la gente le encanta! Una vez que terminamos el trabajo, muchas personas arrancan solas y comienzan a consumir sus propias frutas y verduras, otras nos piden que vayamos cada tanto para enseñarles cómo mantener los cultivos y otras nos llaman más seguido porque tienen miedo de que se mueran las plantitas.

    “¡Ayer se me murió un cactus! ¡No vaya a ser que se me muera otro!”, me dijo una señora una vez angustiada. Y si… podés matar un cactus -risas.

    A mí me pasó un par de veces, con el entusiasmo de ver crecer rápido la planta que, la regaba varias veces al día y terminé ahogándola -risas.

    Son cosas que se aprenden con la experiencia y si tenés a alguien que pueda orientarte y guiarte dándote tips, en poco tiempo podrás disfrutar de tu propia cosecha.

    ¿Qué hace que lo “orgánico” gane cada vez más adeptos?

    Pablo: La agricultura convencional utiliza productos de síntesis química derivados del petróleo (herbicidas, pesticidas, etc.) para combatir plagas y maleza, fertilizar el suelo y aumentar los niveles de producción. Esto no sólo provoca la contaminación del suelo, de las aguas y de todo el medioambiente, sino que altera además la composición de los alimentos y pone en riesgo la salud de la gente. En contraste, la agricultura orgánica surge con el propósito fundamental de sostener y promover el cuidado de una interacción saludable entre el hombre y el ecosistema.

    Se trata de la misma agricultura que la convencional sólo que los productos químicos se reemplazan por otros de origen natural, sus moléculas se biodegradan y se integran a la ecología, son amigables con el medio ambiente y con los organismos que colaboran en la huerta.

    En cambio, las moléculas de los productos de síntesis química no existen en la naturaleza, se van biodegradando a lo largo de muchos años y tienen un impacto nocivo en la salud del hombre y de los animales.

    “Seguimos adelante porque creemos que la clave para evolucionar está en educar, y una excelente manera de hacerlo es a través de la agricultura urbana, enseñando a la gente que puede producir sus propios alimentos en casa, en su propia huerta”.

    Por todo esto Huerta sin Fronteras fue desde el inicio un proyecto eminentemente orgánico.

    ¿Por qué “sin fronteras”?

    Pablo: En principio porque lo nuestro va más allá de los límites de lo urbano. La agricultura urbana y orgánica es tan sólo una parte de nuestro proyecto, la otra parte se desarrolla en lo rural desde la agroecología, algo muy nuevo en nuestro país.

    La agroecología busca obtener el máximo rendimiento de un predio al combinar cultivos de manera estratégica. Por ejemplo, se puede plantar soja orgánica de base, pero se siembra con algo al lado, digamos trébol, para que compita con las malezas y sirva también para sumar ganado.

    Son ciclos más complejos, más científicos, que generan un mayor rendimiento del terreno, aunque dé un retorno un poco más lento y más lejano en el tiempo.

    Mariana: En la ecuación final se termina ganando más: cultivo sano, mejoro la tierra, aseguro aguas no contaminadas y beneficio al medioambiente al generar biodiversidad.

    Asimismo, también podemos decir que la agroecología provoca un movimiento social en tanto busca poner en marcha una serie de procesos sociales capaces de crear sinergias positivas a partir del fortalecimiento de la economía local.

    Lamentablemente, en la actualidad esa parte de nuestro proyecto está detenida, necesitamos inversión para acceder a tierras donde poder producir según los parámetros que exige lo orgánico, con la máxima calidad y el mejor servicio al consumidor final.

    Así que lo nuestro tiene dos ramas, hacemos agricultura urbana y agroecología, de lo pequeño a lo grande, sin fronteras. Y esto de las fronteras también aplica a la gente, puesto que producimos para el beneficio de todos, sin discriminación de sector social.

    ¿Qué aprendieron gracias a este emprendimiento?

    Mariana: Así como en una huerta se necesita biodiversidad para crecer, también se necesita lo mismo cuando sos emprendedor.

    Entendimos que el individualismo no va más, que no sirve para progresar, la clave está en la cooperación, hay que asociarse, ayudarse y entre todos construir algo que nos beneficie. Tenemos la idea de armar una cadena de productores, cada uno con sus volúmenes de producción diferentes y variedades diversas, que se agrupen, se junten y vendan en cantidad.

    Pero aquí todavía estamos lejos de eso, estamos muy solos y a veces los esfuerzos que debemos realizar para prosperar son muy pesados, tanto que a veces debemos replegarnos para recuperar fuerzas y conseguir más recursos.

    ¿Cómo puede ayudar el gobierno?

    Pablo: La situación está muy difícil, el contexto económico actual no ayuda. Y, si bien el gobierno nos apoya con capacitaciones y asesoramiento, consideramos que podría significar un aporte mucho mayor si desarrollara nuevas zonas de producción. Hay tierras fiscales que están a la venta a la espera de que algún inversor poderoso las compre, pero se podrían tomar algunas de esas hectáreas y ponerlas a disposición de pequeños productores, de manera que cada uno pueda licitar un espacio con la condición de convertirlo en productivo -un ejemplo de esa oportunidad sería el caso de La Remonta, en el Valle de Uco-.

    Más allá de todo, también necesitamos inversión con tasas lógicas y condiciones flexibles.

    Ante las dificultades que se presentan ¿qué los anima a continuar?

    Seguimos adelante porque creemos que la clave para evolucionar está en educar, y una excelente manera de hacerlo es a través de la agricultura urbana, enseñando a la gente que puede producir sus propios alimentos en casa, en su propia huerta.

    Mientras tanto, durante ese proceso, se aprende a ser más selecto en lo que se elige como base de alimentación procurando consumir productos orgánicos y saludables.

    Queremos producir urbano dando el ejemplo y a la vez producir rural y gestionar un lugar donde podamos interactuar con productores que compartan nuestra forma de cultivar.

    Queremos demostrar que se puede comer sano y que se puede vivir de esto también.

    ¿Quiénes son Mariana y Pablo?

    Mariana: Somos apasionados por lo que hacemos, amamos la tierra y nos gustaría contagiar a los demás en este sentimiento, invitarlos a que se conecten con ella de alguna manera, simplemente porque nos sostiene, porque es noble, porque no pide nada y nos da todo.

    La alegría que da vivenciar este proceso, lo que te devuelve, lo que le transmitís a tus hijos al colaborar con la naturaleza, la experiencia de ser parte activa del ciclo de la vida vale todos los esfuerzos que hacemos. Pablo: Somos bichos de ciudad sin tierra soñando alimentar y educar al mundo de una manera saludable, como por ejemplo enseñando a construir una pequeña huerta en tu casa u organizando un mercado orgánico en Mendoza.

    A mí siempre me movilizó el sueño de cambiar el mundo, de que haya un click en la gente, y estoy convencido de que el mundo se puede cambiar a través de un emprendimiento, y ese es el potencial más fuerte que tenemos, nuestro emprendimiento.

    ¿Cómo no sentirnos inspirados después de conocer gente así? ¿Cómo no sonreír satisfechos al saber que el futuro está en manos de estos jóvenes de inteligencia clara, cuya mirada integradora entiende que cuidar lo que nos rodea es la única manera de cuidarnos?

    Queda en nuestra generación la oportunidad de ser una posibilidad para ellos, para que puedan hacer realidad sus proyectos, que ya están cambiando al mundo, nuestro mundo.

    “La alegría que da vivenciar este proceso, lo que te devuelve, lo que le transmitís a tus hijos al colaborar con la naturaleza, la experiencia de ser parte activa del ciclo de la vida vale todos los esfuerzos que hacemos”.

    UNA PLANTA PREFERIDA

    Una no, ¡varias! Cultivamos algunas semillas oriundas de Japón: plantamos misuna y misuna roja (tienen un gusto parecido a la rúcula, pero mucho más intenso) y mostaza japonesa (un tipo de mostaza que tiene una hoja comestible ¡exquisita!). ¡Difícil elegir entre las tres cuál es más rica!

    UN SUEÑO POR CUMPLIR

    Disponer de un lugar físico donde instalemos una huerta urbana modelo para que la gente pueda tomar contacto con la tierra y las plantas, conocer acerca de los cultivos y aprender sobre alimentación saludable.

    UNA PROPUESTA CREATIVA

    Aprovechar los cumpleaños o eventos en colegios para enseñar a los chicos a cultivar y cuidar su propia plantita. ¡Nosotros podemos organizarlo!

    UN DESAFÍO

    Para ser considerado comercialmente “orgánico” hay que certificar, eso implica estar tres años en un mismo lugar mientras se supervisan las distintas producciones. Nosotros no tenemos tierra propia, lo cual nos trae muchas complicaciones. Mientras tanto, nuestro certificado es nuestra palabra, nuestros valores, nuestra moral. El desafío está en conseguir las tierras y la inversión…

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    Huerta sin fronteras

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