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    Poco después de su graduación, viajó a Europa y, desde entonces, desarrolla una carrera profesional admirable. Se considera “un tipo con mucha suerte, de esa que se consigue con tanto esfuerzo”. Destaca su gran carisma.

    Por Victoria Navicelli

    Creativo, entusiasta y con la mira “puesta en el blanco”. Así es Juan Gabriel La Malfa, un arquitecto que luego de graduarse con honores, en la Universidad de Mendoza, supo siempre cuál era su propósito en el campo del diseño y la construcción. Tuvo el lujo de rodearse de grandes profesionales. Viajó y conoció de cerca la labor en los estudios más importantes, participó en el diseño de edificaciones imponentes, que hoy, embellecen algunas principales ciudades del mundo. En la actualidad, dirige su propia oficina de arquitectura y diseño desde Bolzano, Italia.

    Si bien, antes de conseguir su titulación, Juan ya se desempeñaba en estudios de arquitectura; no fue hasta que terminó su carrera que ganó el primer premio de una beca para participar de un Máster en la Universidad de Génova. Este paso por la rocosa costa ligur, le abrió la puerta para hacer realidad el deseo de todo profesional: conocer y trabajar en Europa con arquitectos de gran estrella como Renzo Piano, Mario Cucinella y Norman Foster. Fue un periodo de más de 10 años en los que no solo enriqueció su conocimiento, sino que dejó su impronta en cada obra que levantó.

    Cabe destacar que a lo largo de su carrera, ha ganado premios y menciones en numerosos concursos. Convencido de que su labor es un feedback constante entre el profesional y el cliente; La Malfa centra su atención en lograr proyectos de calidad tanto en lo que refiere a lo estético como a lo funcional, sin dejar de lado la sostenibilidad.

    Te formaste en Mendoza y, ahora, vivís en Europa donde desarrollás tu profesión con más ímpetu…

    Sí, he tenido mucha suerte, de esa que se consigue con tanto esfuerzo. Con mi familia aprendí que el éxito se hace con la capacidad necesaria sí, y otro 90% que es de sudor. Creo mucho en la fuerza transformadora del trabajo… Cuando uno busca y no pierde el foco, tarde o temprano logra su objetivo.

    ¿Cómo fueron los comienzos?

    En mi familia, antes de laurearnos mis hermanos y yo, no había arquitectos ni figuras relacionadas con el diseño y la construcción. Cuando estudiaba no tenía a quién consultarle nada, una recomendación o un consejo. Necesitaba que alguien me apadrinara. Entonces, encontré una persona, que hasta hoy admiro mucho: Eliana Bórmida.

    Hice lo imposible para que se fijara en mi trabajo, para que me oriente y me diga hacia dónde ir. Hice un examen de arquitectura muy particular, con todo un cuerpo de profesores. Cuando terminé, se acercó y me dijo… ¿y vos quién sos?, ¿por qué no te conozco? Y me propuso trabajar en su estudio. Desde ahí fue un trampolín, gané una beca para hacer un Máster en Génova.

    Mientras hacía el Máster, trabajaba. Muchos me preguntaban ¿cómo te da el tiempo? Y, me las arreglo, decía siempre. Luego fui invitado a Milán a abrir la sede italiana del estudio de arquitectura Chapman Taylor, y después de un par de años con ellos, quise ir a Londres. Muchos me decían que no podía, por ser argentino y no dominar el idioma… Obviamente fui. Siempre trabajé en proyectos de diseño y creatividad. Mi carrera fue siempre intentar. Y si le ponés mucha pasión, es difícil no dar en el blanco.

    Bodega Fustino (España), proyecto en colaboración con Norman Foster.

    Has trabajado en grandes firmas en Europa, ¿qué creés que aportaste?

    En Argentina somos privilegiados… si bien, tenemos menos dinero que ellos, nos caracteriza el ingenio. Porque cuando te gusta lo que tiene otro, tenés que pensar la manera para llegar a ese mismo lugar en modos alternativos. La escuela argentina es muy creativa, ha ganado diversos premios en todo el mundo; estamos obligados a pensar de forma divergente, poniendo el foco en otras opciones.

    En Europa, hay mucho pre establecido, como económicamente están bien, no tienen ese esfuerzo de imaginar alternativas. O, mejor dicho, no hace demasiada falta. En Europa, te marcan el camino, pero cuando uno propone saltar algunos escalones, o hacerlo a través de otra estrategia sabiendo que vas a lograr el objetivo mucho antes; te miran y ahí viene el “Wow”. Allá las reglas están establecidas, las personas las respetan y las cosas funcionan.Te encontrarás con una buena matriz, y si a eso le sumás “sal y pimienta”, o sea, creatividad e ingenio; entonces ¡es un gol!

    ¿Qué caracteriza tu labor como arquitecto?

    Probablemente la búsqueda constante de una opción mejor, para cada parte de cada proyecto.

    Al principio de mi carrera, intentaba convencer a nuestros clientes de las cosas que yo creía, o al menos de las tendencias de moda. Después, madurás y descubrís la belleza que hay en superarte, a tus proyectos y a vos mismo. Empecé a escuchar realmente a nuestros clientes, y a aprender de ellos. Tratar de interpretar lo que me piden.

    El trabajo del arquitecto tiene mucho de psicólogo, de compartir. Entonces, escuchar es fundamental. Y ahí de nuevo nace otra oportunidad para algo mejor. Estoy comprometido con un trabajo de constante diálogo con el cliente, hasta lograr el proyecto indicado respecto a la intención inicial solicitada.

    La escuela argentina es muy creativa, ha ganado diversos premios en todo el mundo; estamos obligados a pensar de forma divergente, poniendo el foco en otras opciones.

    ¿Cuál es tu visión en cuanto al rol artístico del arquitecto?

    Las modas son pasajeras, pero la belleza permanece. El arte que yo busco, es muy sutil. Es encontrar una correcta interpretación de la necesidad de mi cliente en el caso particular, en el lugar particular y una buena adaptación. Una simbiosis, lo mejor que se pueda entre sus necesidades, los recursos disponibles y el entorno a construir.

    En la facultad leímos un libro de un arquitecto cubano: Livingstone, que dice que la obra está bien hecha cuando después de dos años, el cliente te invita a tomar café. Y está muy bien, cuando te invita a tomar coñac. En ese gesto de mundana belleza, también hay arte. Seguramente la arquitectura puede cambiar el mundo, mientras tanto a mí podrían encontrarme con una copita de coñac entre clientes y amigos. Mi arte está en intentar hacer las cosas bien, el resto lo dejo a los teóricos.

    ¿Y con respecto a la importancia de un arquitecto en la obra?

    Hay lugares donde hace más falta que otros. Algunas personas no visitan nunca al médico y gozan de buena salud, sin embargo la figura técnica, para proyectos ambiciosos o de cierta envergadura es una necesidad.

    Habiendo hecho varias obras, sabés dónde están las problemáticas, los errores, las historias comunes. Sin duda es una inversión, una oportunidad, un ahorro, y esa es la parte final que en ciertas realidades pequeñas a veces el cliente no ve.

    He tenido la posibilidad de trabajar en proyectos muy grandes, desde una ciudad entera construida, masterplans, rascacielos, proyectos de grandes inversores… ahí no existe la posibilidad de no tener arquitectos. Dicen que pensar es gratis (aunque nosotros el proyecto lo cobramos)… pero no pensar, es carísimo.

    En cuanto a tu trayectoria, ¿qué cambio hubo en tu forma de ver la arquitectura?

    Tuve una gran suerte, porque con Eliana (Bórmida) vi lo que es apasionarse y dedicarse completamente a la arquitectura. Esa forma de trabajo estuvo siempre conmigo, y la encontré de nuevo cuando empecé a trabajar con Norman Foster, en Londres. Su estudio es totalmente abierto, todos ven el trabajo de los demás. Las realidades regionales tienden mucho a cerrar, hay miedo a la competencia, porque hay mucha.

    Foster eliminó eso, proponiendo compartir en una pared el trabajo que se iba haciendo en forma permanente. Entonces cada proyecto era criticado, ya no estabas escondido, y tenías que tener respuestas adecuadas a cualquier tipo de pregunta que cualquiera pudiese hacerte. La mirada de los colegas aportaba a seguir trabajando para mejorar cada proyecto.

    Trabajar en esa óptica, es maravilloso. Ves arquitectura bien hecha y ese es el arte del que hablábamos recién: una respuesta racional para cualquier pregunta del cliente, no existe el “porque me gusta” o “porque se ve mejor”. La belleza obviamente debe ser intrínseca a la obra de arquitectura, de otro modo es una mera construcción, pero la arquitectura, es mucho más que eso.

    Para mí el arte en la arquitectura, es prestar mucha atención al detalle… Mi arte está en intentar hacer las cosas bien.

    ¿Qué obra te tocó acompañar? ¿Cuál te sorprendió más?

    Con Foster trabajé en tres proyectos muy grandes. Uno de ellos fue Masdar City, una ciudad a la vanguardia mundial en relación a tecnología y sostenibilidad. Absolutamente nueva, creada sobre las dunas del desierto en Abu Dabi, dentro de los Emiratos Árabes.

    Luego, un rascacielos en Dubái que, en aquel momento resultó ser el edificio de departamentos más alto del mundo. The Index ocupa una esquina privilegiada del Centro Financiero Internacional del lugar.

    Bodega Fustino (España), proyecto en colaboración con Norman Foster.

    Y, la multipremiada Bodega Faustino-Portia, en la Ribera del Duero, España. Entre los maravillosos viñedos de este lugar, se montó esta construcción de hormigón, vidrio, madera y acero. El tema bodeguero me gusta mucho, lo llevo en la sangre mendocina, hay mucho para aplicar en la realidad local. Un desafío que quiero emprender en Mendoza.

    ¿Cuál es tu presente?

    Sin prisa y sin pausa va creciendo el estudio en Italia, y eso me gratifica. En paralelo, y gracias a la ayuda del otro arquitecto de la familia, mi hermano Marcelo, estamos armando una colaboración conjunta para proyectos que surjan en Mendoza. Marcelo, más allá que de su interés por el paisajismo hace un aporte notable; se encarga de contextualizar el design italiano, actuando además como mediador en cuanto a las reuniones presenciales, normativas locales y a la optimización de los recursos propios mendocinos.

    Los arquitectos Gabriel y Marcelo La Malfa

    ¿Te caracteriza algún estilo?

    Si me obligas a una respuesta diría una especie minimalismo orgánico… una arquitectura sintética, inteligente y eficiente, que sin embargo mantiene en su esencia a la persona, sus necesidades y emociones.

    Sería el estilo de la lógica… No me interesa copiar, ni tanto menos copiarme. Tengo una impronta, pero me gusta más desafiarme a mí mismo permanentemente, dar vuelta el tablero y jugar con otras fichas. Normalmente hacemos muchos proyectos antes de decidir uno. Pensamos muchas ideas para resolver las necesidades que se presentan y lo vemos desde todas las perspectivas. Es difícil que algo salga mal cuando estudiaste todas las opciones.

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