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    Su estilo, arriesgado y diferente, ha sorprendido al mundo del cine. El realizador mendocino se anima a jugar con escenarios y personajes perturbadores, que invitan al espectador a vivir nuevas experiencias. 

    Por Victoria Navicelli 

    Mendoza cuenta con muchos privilegios: tiene la mejor tierra para producir uvas, se jacta de tener imponentes paisajes y una de las fiestas más importantes del mundo entero, la Fiesta Nacional de la Vendimia. Pero, tiene más, mucho más: personas que han hecho de sus sueños algo grande, tan grande que han sabido borrar fronteras y llevado lo mejor de sí a otras tierras. Tal es el caso del tunuyanino, ahora radicado en Buenos Aires, Alejandro Fadel, “el padre del monstruo del que todos hablan”.

    El mendocino de 38 de años, emigró a la gran ciudad poco después de terminar sus estudios secundarios para adentrarse al mundo del cine. Con una formación clara y creativa se dedicó a escribir y dirigir diferentes cintas que, poco a poco, lo llevaron a ocupar espacios en la pantalla grande. Como Director, nos sorprendió con su ópera prima “Los Salvajes” (2012) y su emblemática “El amor – Primera parte”. Su trabajo en el campo cinematográfico lo llevó a codearse con exponentes del cine nacional: junto a Pablo Trapero participó del guion de Leonera (2008), Carancho (2010) y Elefante Blanco (2012). Asimismo, trabajó junto a Damián Szifrón, Adrián Caetano, entre otros. Hoy instala el terror en las pantallas nacionales (e internacionales) con su impactante “Muere, Monstruo, Muere”.

    Sus ganas de filmar en alta montaña lo acercaron a su tierra natal para montar una película en la que el paisaje, los personajes y el miedo ocupan toda la escena. Las producciones de Fadel siempre se caracterizaron por contar con un notable trabajo visual y una fuerte influencia de los más grandes del cine. Su última producción refleja una clara inspiración en John Carpenter, David Paul Cronenberg y Robert Bresson; tan diferentes entre sí, pero con una fuerte impronta en la humanidad. En su segunda realización, fue más allá de lo visual y sonoro para sumergirse (y sumergir al espectador) en un ambiente donde, a pesar de varias extrañezas, juegan las experiencias.

    Asiduo al Festival de Cannes (en 2012 fue galardonado dentro de la Semana de la Crítica por su primer largometraje Los Salvajes), Fadel sorprendió a muchos con su nueva obra que, según los críticos, “es esplendida”. Con este largometraje participó en la sección Una Cierta Mirada (Un Certain Regard) del festival francés (2018), espacio que le abrió las puertas a otros festivales, además de premios y reconocimientos. Esta cinta no solo muestra la imponente cordillera mendocina, sino que también revaloriza la calidad artística de la provincia, teniendo como personajes a actores locales.

    Muchas personas que te conocen han destacado tu calidad a la hora de filmar. ¿Qué crees que caracteriza tu forma de hacer cine?
    El cine es un arte colectivo. Vos podes dirigir un grupo de personas hacia un objetivo que tenés en la cabeza mejor que nadie, pero  que puede hacerse mejor cuando se pone en equilibrio la energía y el talento de otras personas”. “En lo personal, el rodaje es un cúmulo de experiencias de todas las personas que participan en una película. No es solo una cuestión burocrática, profesional que se deba cumplir con la tarea; sino que, además involucra una determinada manera de vivir.  

    En su hablar, tranquilo y seguro, Fadel destaca que en el proceso de rodaje está presente la alegría y “ciertos riesgos de lo que estamos haciendo”, pero, sobre todo disfrutar y  de pasarla bien, “son esos momentos los que más disfrutó al hacer una película e intento transmitir ese entusiasmo a todos los que me acompañan”.

    En tu última película te reencontraste con tu provincia, tu lugar. ¿Qué te sorprendió en cuanto a lo paisajístico?

    La idea de filmar en Mendoza estaba desde el germen del proyecto. Había filmado una película en Córdoba (Los Salvajes 2012), y cómo chiste me decía que tenía que filmar con montañas más bajitas para animarme a filmar en escenarios más grandes, como el mendocino”. “Tuve una relación directa con las montañas en mi adolescencia cuando vivía en Tunuyán. Mí desafío estaba en volver a ese lugar con una cámara, un micrófono y una historia para poder filmar ese lugar, y que tuviera la misma intensidad o poder espiritual que había tenido en mí cuando era más chico. Era como volver a revivir esa experiencia.

    Si bien la imponente postal mendocina estuvo desde el principio del proyecto, no cabe duda que tiene un acercamiento documental: “Además de la ficción -de la historia que la vida propone- quise dejar un registro de esos paisajes que han sido importantes en mi vida, pero también describir cierto tipo de personajes, modos de habla y el arte documental que toda película tiene y que acá juega un papel importante el filmar el lugar donde crecí”. Cabe destacar que, este film hace un recorrido completo por la geografía provincial: Las Heras, Ciudad, Uspallata, Las Carreras, Tupungato, Tunuyán, San Carlos, San Rafael, Malargue.

    Y en cuanto a la calidad artística, ¿qué encontraste?

    Vivo en Buenos Aires hace 20 años, no tenía mucho contacto con la escena teatral mendocina. Alexia Salguero se encargó de todo el proceso de casting, el que me sorprendió. Encontré con un talento increíble y grandes actores con una calidez que uno puede imaginar en el guion.

    Había escrito un personaje que tenía algunas dificultades para la comunicación y para el habla. Si bien no sabía qué actor lo podía interpretar, si eso iba a ser una estrategia a la hora de dirigir. De repente apareció Víctor López con su voz y su cuerpo, y le dio esa potencia al personaje que me había imaginado. Lo mismo con “Tania Casciani, una actriz y una persona que admiro mucho. Yo sabía que ese personaje tenía que tener – para el espectador- una cara memorable, una cara que recordara durante toda la película”.

    Los personajes que uno describe se terminan de completar cuando se encuentra a las personas que los van a interpretar, ya sean actores profesionales o no actores. Es una mezcla entre lo que uno imaginó y lo que la persona puede aportar. La verdad, es que estoy muy contento.

    Foto Xavier Martín

    Hacer cine es toda una experiencia y representa una verdadera labor, pero sobre el mercado cinematográfico, ¿Cómo es hacer cine en la actualidad?

    Hacer cine siempre requiere de tiempo, a veces lleva muchos años y uno tiene que saber mantener la energía para que el proyecto siga latente en uno, que te siga motivando. Gran parte de la tarea es no perder esa energía.

    Después, creo que en Argentina tenemos una muy buena línea de cine, en cuanto a producción de películas y una gran proyección para hacer contenido. Sí se necesita más apoyo para la distribución de la exhibición de la película. La exhibición se podría consolidar de mil maneras.  

    Es importante que se puedan hacer propuestas de algún tipo de cine de calidad, pero se reduce el espectro a cuatro o cinco cadenas grandes que toman las decisiones. La gente recibió la película de manera increíble y eso es lo más importante, que se abra la mirada y que se puedan presentar otras propuestas.

    Contanos un poco ¿cómo es tu proceso creativo a la hora de pensar en un film?

    Cuando escribo, las historias se me ocurren a partir de un elemento documental. Creo que la parte creativa de mi trabajo -de hacer una película- requiere de cierta magia que uno espera que ocurra y que necesita de cierto orden, dedicación y buen trabajo. También es una actividad que requiere horas de estar sentado, produciendo lo que uno quiere contar para luego tener el coraje y mostrar ese producto y así lograr tener los materiales para producir esa película. En la actualidad, estoy con mucho trabajo, por eso aprovecho todo el tiempo que tengo para crear.

    He tenido mucha suerte desde que empecé a filmar. Desde el Bafici, luego Los Salvajes (2012), ahora está película (Muere, Monstruo, Muere 2018) han sido proyectos muy diferentes entre sí, aunque con el mismo espíritu. “Diferentes en cuanto a la escala de producción”, aclara.

    En este momento estoy pensando en proyectos que involucran un estilo de producción grande, pero siempre teniendo bajo la manga un proyecto más chico que se pueda realizar. Hacer películas no es un camino en línea recta, uno tiene que contemplar que cada película requiere su escala, su momento. No es como una cinta de embalaje que tiene que cumplir cada paso, donde a veces, quedan atrapadas. Sino que cada proyecto implica pensar también cómo se va a producir, cómo se van a utilizar los recursos, de qué manera se van a implementar, y que tipo de reto implica para mí como director. Estoy en un momento de escritura para saber cuál es la que sigue. Un instante de imaginación, en el principio de invención.

    Y, pensando en los jóvenes que les gusta el cine y sueñan también con generar contenidos, ¿qué podrías decirles?

    Qué confíen de las certezas que quizás les da el día a día. Qué sigan la pasión por hacer una actividad que esté ligada a lo creativo, que no la dejen de lado. El campo necesita gente que tenga ideas nuevas, las ideas viejas están caducando cada vez más rápido. “Si uno tiene ganas de una tarea que involucre lo creativo, es importante seguir ese instinto. Pero también hay que saber que no es fácil, requiere de paciencia, de trabajo. A veces cuesta y hay que aprender a lidiar con eso”, concluye Fadel. 

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