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    Mirarnos a través del otro, una oportunidad para madurar nuestras emociones y comenzar a ser quienes queremos ser.

    Por Lic. Cecilia Raffo. Psicóloga, terapeuta EMDR y Bio neuro emoción

    Cuando nacemos estamos completos y en paz, sin embargo, comienzan las influencias del entorno a través de las miradas de nuestros padres, abuelos y familia, aparecen las etiquetas. Somos inteligentes, buenos, alegres o, por el contrario, terribles, malos, egoístas. Así, buscando adaptarnos, agradar al sistema familiar y social, se desarrolla el ego esa parte nuestra que nos separa del yo verdadero.

    Surgen entonces los “tengo que” y los “debería”,  “Tengo que ganar más dinero, tener un mejor trabajo, comprar un auto más nuevo, ser exitoso, destacarme en el deporte, etc.” Con la llegada de la mediana edad, alrededor de los 35-40 años, suele presentarse una crisis donde buscamos completarnos, (volver a ese yo verdadero) más allá de lo que hemos alcanzado. Notamos la diferencia entre lo que “somos y lo que “queremos ser”.

    ¿Cómo podemos ver este proceso en nuestros vínculos?

    Observando nuestras proyecciones. Prestando atención a los aspectos que nos molestan de los demás y a lo que nos atraen también.  En los dos extremos encontramos todo aquello que está en nosotros y no somos capaces de ver. Quien pasa tiempo criticando, juzgando, es alguien que no termina de aceptarse, que principalmente se critica a sí mismo.

    También ocurre cuando la admiración hacia alguien es exagerada: ver que otro es capaz e inteligente, también da cuenta de una capacidad o talento que puedo observar en otro y que está presente en mí, pero no me atrevo a mostrarla o desconfío de ella.

    Nuestra manera de relacionarnos, siempre se trata de nosotros y vemos en los demás lo que somos.

    “Si hay un indicador, este sería aprender a sostenernos por nosotros mismos, a conocernos y aceptarnos de manera completa integrando nuestras fortalezas y debilidades.”

    ¿Qué sucede cuando son los demás quienes nos critican o admiran?

    Que los demás nos critiquen, o muestren “eso que no queremos ser” es la oportunidad de chequear qué nos pasa con la “critica”.  Quien se bajonea, deprime o siente vacío por lo que los demás le dicen es que no ha desarrollado ese “si mismo”, ese yo verdadero.

    La misma respuesta se da en los casos en que los demás nos felicitan, aplauden o elevan. En ambos casos seguimos siendo “Ese” que los demás dicen y por lo tanto dependemos de la mirada del otro.

    A través de la exposición en las redes sociales, se ve claramente que buscamos mostrarnos como nos gustaría que nos vean, a la espera de likes y emoticones que lo reafirmen.

    Hemos generado esa dependencia y las redes tienen la misma influencia que el entorno directo, incluso más, porque estamos pendientes de construir esa imagen que queremos que los demás vean y pasamos de la polaridad de mostrarnos sin defectos a la polaridad de mostrarnos como víctimas. Hay quienes confiesan temas íntimos como haber vivido situaciones de infidelidad o desamor, y el ego espera apoyo, aplausos y comprensión de los demás. Lo importante es ver que el ego se manifiesta en ambos extremos. Si me subo porque me aplauden o me deprimo porque me linchan en ambos casos es el ego el que responde.

    ¿Cómo lograr no depender de la mirada externa, madurar nuestra respuesta emocional?

    Es necesario “matar el ego”, o empezar a minimizarlo. Si hay un indicador, este sería aprender a sostenernos por nosotros mismos, a conocernos y aceptarnos de manera completa integrando fortalezas y debilidades. Esto implica un trabajo personal, porque tampoco podemos ser indiferentes al feedback de los demás. El equilibrio no es una línea recta, es dinámico. Como la misma naturaleza, no es siempre igual implica movimiento cada día. Preguntarnos si estamos viviendo la vida que queremos o estamos siendo quienes queremos ser.

    A veces una experiencia de éxito o de fracaso, es la oportunidad de ampliar nuestra mirada frente a lo que somos. Una experiencia de perdida de trabajo, o de separación de vínculo puede ser una gran invitación a encontrarnos con lo que nos duele de nosotros mismos, con lo que tenemos pendiente y a partir de ahí aceptarnos e integrarnos es el desafío.

    ¿Qué otra forma hay de “matar el ego”?

    Dejando de juzgar a los demás, entendiendo que buscamos poner afuera lo que no terminamos de comprender en nosotros. Cuando decimos: – “Ana es vaga”, estamos emitiendo un juicio. En cambio, podríamos describir su actitud diciendo: – “Ana llega 15´ más tarde a trabajar”, si eso me afecta tengo la oportunidad de mirarme y chequear qué estoy proyectando. Quizás sea muy exigente conmigo, quizás fui impuntual en alguna época y no me lo he perdonado aún por eso me molesta verlo en el otro.

    Mirándome a través del otro o de la experiencia que nos toca vivir. La percepción es siempre selectiva, solo capto aquella información que tiene que ver con mi mundo. Entonces si me “molestan los vagos” iré percibiendo a varios vagos en mi entorno. Dando un paso cada día. A partir de hoy podemos preguntarnos qué podemos hacer por nosotros mismos. No todas las respuestas las tendremos en el momento que hagamos la pregunta, pero empezaremos a sentir paz y confianza en que llegaremos a dónde queremos ir.

    “Nuestra manera de relacionarnos siempre se trata de nosotros y vemos en los demás lo que somos.”

    Observando los excesos, buscar una imagen de perfección o ubicarnos como víctimas son respuestas excesivas que provienen del EGO. Por ejemplo, sentir que soy valiosa si mi pareja me ama y sentirme víctima si me deja, puede ayudar a correrme de esas posturas y buscar mi propio centro.

    Aprender a vivir en la incertidumbre para encontrar las mejores opciones de futuro. Frente a situaciones de angustia y dolor, donde en apariencia hemos fracasado y nos sentimos vacíos, se comienza el camino de búsqueda, la posibilidad de encontrarnos con quien verdaderamente somos. Sacar el foco del conflicto y ampliar la conciencia de lo que voy experimentando. Ampliar esos momentos donde me siento bien conmigo mismo, reconocerlos y agradecerlos para que tengan continuidad.

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