La Casa Orgánica de Javier Senosiain, concebida en 1984, invita a un viaje arcaico y visceral, donde la arquitectura se fusiona con la naturaleza hasta casi desaparecer bajo su manto vegetal. Un vientre habitable, casi sacado de las páginas de un libro.
Al cruzar el umbral invisible que separa el mundo exterior de la Casa Orgánica, una sensación primigenia invade al visitante. No hay ángulos rectos ni fachadas imponentes, sino una suave ondulación de tierra cubierta de vegetación, interrumpida aquí y allá por formas suaves que apenas se distinguen del paisaje circundante. Es una arquitectura que parece haber roto el suelo, una extensión natural del entorno que la acoge. La intuición de un origen ancestral se hace palpable, como si la vivienda hubiera existido desde siempre, esperando ser descubierta.
“Es un espacio en donde los límites entre el interior y el exterior se difunden, invitando a una conexión profunda con la tierra”
La Casa Orgánica de Javier Senosiain
Javier Senosiain, figura cimera de la arquitectura orgánica en México, concibió esta residencia como un organismo vivo, un refugio que respondiera a las necesidades físicas y emocionales de sus habitantes en armonía con la naturaleza.
La construcción, iniciada en 1984, se aleja radicalmente de las convenciones arquitectónicas tradicionales, buscando inspiración en las formas orgánicas, en las caparazones de los animales, en las cuevas y en el vientre materno. El resultado es un espacio fluido y continuo, donde los límites entre el interior y el exterior se difunden, invitando a una conexión profunda con la tierra.
Un jardín mágico en la Casa Orgánica
La vivienda se revela gradualmente, a medida que se recorre el jardín que la envuelve. Solo en algunos puntos asoma tímidamente lo que podría interpretarse como una fachada, una protuberancia escultórica que los albañiles bautizaron espontáneamente como “El Tiburón” por su forma orgánica y su manera de emerger. Este apodo informal terminó por darle nombre a la casa durante un tiempo, reflejando la conexión visceral y las interpretaciones subjetivas que evocan su diseño.
El interior de la Casa Orgánica continúa la narrativa de fluidez y conexión. Los espacios se suceden sin divisiones abruptas, curvándose y adaptándose a la topografía del terreno. La luz natural se filtra a través de lucernarios estratégicamente ubicados, creando juegos de sombras y resaltando las texturas naturales de los materiales utilizados: tierra, piedra, madera. Los colores predominantes son los ocres, los verdes y los tonos tierra, reforzando la sensación de estar inmerso en un entorno natural.
Rincones mágicos
Cada rincón de la casa parece diseñado para evocar una sensación de protección y cobijo, como un retorno al origen. Los espacios íntimos, como los dormitorios, se asemejan a cuevas acogedoras, mientras que las áreas comunes se abren al paisaje circundante a través de grandes ventanas orgánicas. La vegetación no solo rodea la casa, sino que también se integra en su diseño, con jardines interiores y cubiertas verdes que ayudan a regular la temperatura y purificar el aire.
Visitar la Casa Orgánica de Javier Senosiain es una experiencia sensorial única, un encuentro con una arquitectura que trasciende la funcionalidad para convertirse en una obra de arte habitable. Es una invitación a reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza y sobre la posibilidad de construir espacios que nos acojan de manera orgánica y visceral, como un retorno al vientre materno que nos protege y nos conecta con la tierra que nos sustenta. Hoy, este manifiesto arquitectónico abre sus puertas, permitiendo a los visitantes sumergirse en un mundo donde la forma sigue a la vida y la arquitectura se convierte en un abrazo de la naturaleza.