Este edificio situado en la ciudad de Madrid, propone un desafío desde su infraestructura: que quienes asistan exploren e indaguen en los sorprendentes espacios del colegio.
El edificio se concibe como un ecosistema complejo que hace posible que los estudiantes dirijan su propia educación, a través de un proceso de experimentación colectiva.
Las ideas pedagógicas pertenecieron a Loris Malaguzzi y padres en la ciudad italiana de Reggio. El proyecto se desarrolló para empoderar la capacidad de los niños para hacer frente a desafíos y potenciales impredecibles.
El diseño, la construcción y el uso de este edificio pretenden comprometerse con la ecología dando enfoque en el impacto ambiental a través de la arquitectura.
Evitando la homogeneización y los estándares unificados, la arquitectura de la escuela pretende convertirse en un multiverso donde la complejidad en capas del entorno se vuelve legible y experiencial.
Su progresión vertical comienza con una planta baja comprometida con el terreno, donde se ubican las aulas para los alumnos más pequeños.
Encima de esto, los niveles superiores son donde los estudiantes de clases intermedias conviven con tanques de agua y tierra recuperada que nutren un jardín interior que llega a los niveles superiores bajo una estructura de invernadero.
Las aulas para los alumnos mayores se organizan en torno a este jardín interior, como en un pequeño pueblo. Esta distribución de usos implica un proceso de maduración permanente que se traduce en la creciente capacidad de los estudiantes para explorar el ecosistema escolar por sí mismos y con sus pares.
El segundo piso, formalizado como un gran vacío abierto a través de arcos a escala de paisaje a los ecosistemas circundantes, se concibe como la plaza principal de la escuela.
Una red de ecologistas y edafólogos diseñó pequeños jardines hechos específicamente para albergar y nutrir comunidades de insectos, mariposas, pájaros y murciélagos.
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