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    En ClubHouse recorremos la vendimia mendocina. Te invitamos a conocer la obra de este artista que supo plasmar el mundo de la cosecha.

    Por Analía De la Llana

    A diez años de la desaparición física del artista plástico, su obra lo trasciende en cuadros inmortales y únicos. Imágenes que trasladan al espectador al mundo de la cosecha y la vida entre viñedos con una mirada social, realista y bella.

    Captador de escenas. Buscador de realidades. Hacedor apasionado que plasmó su obra de expresionismo figurativo en trazos y colores de viñedos eternos, tachos de labor incesante y cosechadores sacrificados en contextos hermosos y a la vez difíciles.

    Un artista plástico querido cuya obra es sinónimo de la labor de la tierra, de las vides prolíficas y de su amor por Mendoza. Instantáneas que nos acercan a su legado, a diez años de su muerte, desde la propia voz de su hija Stella Maris Pérez Vega.

    “Cuando me puse a analizar y a ver toda la vida de mi papá como artista plástico, puedo decir que realmente fue un visionario”. Con mezcla de orgullo y emoción, Stella Maris dispara una frase cargada de verdad y significación porque más allá de ser manager en vida y a la ausencia del genial Angel Pérez Vega se filtra en ella el haber vivido con su padre situaciones, lugares y personas impregnadas de vendimia desde el ruedo mismo. Así concebía y elaboraba sus obras el artista plástico: tomando notas, hablando con las personas y realizando bosquejos desde el corazón mismo de la escena. La pintura en el estudio con el atril era sólo una instancia posterior. Antes era testigo y parte de lo que luego retrataría.

    Le fascinaba ver cada parte de la cadena de trabajo como cuando el cosechador cortaba los racimos con su propia mano, los sacrificios de los trabajadores, o la entrega de las madres amamantando a sus hijos en plena jornada.

    A diez años de su desaparición física, su obra permanece más presente más que nunca. Su amor por la pintura y empatía por las realidades relacionadas con la vitivinicultura se dieron desde muy pequeño, en su San Rafael natal. Desde el mostrador del negocio de sus padres (la reconocida panadería “El cañón”) dejaba el seductor aroma a panificados para tomar el camino hacia diversas fincas, cuando su padre Don Gabriel lo enviaba a hacer el reparto junto a hermanos.

    “Papá era el más pequeño”, rememora Stella Maris y cuenta que desde la primera vez que pisó una finca, siempre lo cautivó el trabajo del viñatero. Se quedaba horas observando todo lo que hacían: su labor pero también sus momentos de descanso, sus cantos y corridas por entre las viñas.

    Amores, desamores, trifulcas, luchas y la esencia de comunidad misma fue lo que Ángel Pérez Vega pudo ver y, lo más importante, vivenciar y transmitir en primera persona a través de sus obras. “A él le fascinaba ver cada parte de la cadena de trabajo como cuando el cosechador cortaba los racimos con su propia mano, los sacrificios de los trabajadores, o la entrega de las madres amamantando a sus hijos en plena jornada. Vio todo el panorama desde chico y comenzó a tomar apuntes y realizar bosquejos. Era un excelente dibujante ya a sus cortos 9 años”, detalla Stella Maris.

    Así fue que de los datos tomados en papel estraza desde las viñas y desde aquellos dibujos infantiles crecería la genialidad del maestro y su obra: La vendimia en todo su concepto.

    En su adultez y ya instalado en Mendoza, Pérez Vega estudiaría en la Academia de Bellas Artes y hasta haría dos años de la carrera de arquitectura, algo que le proporcionó una gran manejo del espacio, las proporciones y distancias. Más tarde, se abocaría a dar sus primeros pasos en la carrera de Artes Plásticas.

    “Como hija lo recuerdo trabajando siempre. Llegaba de Agua y Energía (lugar donde se desempeñaba como contador) y almorzaba en familia junto con mamá, mi hermana y yo. Luego se iba al taller con sus apuntes para perderse en el deleite de sus trabajos durante ocho horas más”, continúa Stella Maris su recuerdo.

    Entonces, pedía la opinión de la familia sobre lo que pintaba cada día. Su esposa fue su gran mentora y crítica y, en palabras de la hija de Ángel, el artista siempre dijo que formar una familia le había brindado ese rango creativo que tenía, pero con los pies en la tierra. Gran amigo de sus amigos en todo el sentido que implica la palabra, así como también admirador de otros artistas hizo del pintor un ser especial, tan admirado como querido.

    A 10 años de su muerte, Stella Maris imagina que hoy viviría una vendimia de una manera comprometida con la realidad, como siempre lo hizo. Él alcanzó a ver la vendimia social, de hecho llegó a hacer “Comunidad Vendimial”, un cuadro que surgió de una manera particular: En la zona de Chacras de Coria se encontró con un grupo de vendimiadores muy disgustados por la realidad social y condiciones de trabajo. Vega bajó del vehículo conmigo y llevó su agenda de apuntes. Les propuso hacer un referéndum y hasta los acompañó para llevar la propuesta al patrón de la finca. Su compromiso y su obra inmortalizan una manera particular y social de llevar vendimia a todo el mundo. Sus cuadros son muestra fiel de todo el proceso.

    Sus exposiciones se remontan a 1945 y siempre reflejaron la realidad del paisaje rural con candor y sentimiento. Sus obras multipremiadas y reconocidas cumplen con todos los requisitos del valor arquetípico y patrimonial de una obra de arte.

    Angel Pérez Vega dejó un gran legado en las artes plásticas mendocinas del país e, incluso, en Europa. Sus exposiciones se remontan a 1945 y siempre reflejaron la realidad del paisaje rural con candor y sentimiento. Sus obras multipremiadas y reconocidas cumplen con todos los requisitos del valor arquetípico y patrimonial de una obra de arte.

    Un arte que lo define y lo simplemente hace eterno.

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