Un ambiente familiar de paz y tranquilidad en el hogar es fundamental para nuestro bienestar; sin embargo, a veces, no es sencillo conseguirlo. La “Psicología Transaccional” es una teoría muy práctica que colabora en mejorar estos vínculos.
Por Renata Piglionico
“Todos somos seres colectivos”, sentenció Goethe alguna vez, y así también lo consideró Eric Berne, el psiquiatra canadiense padre del Análisis Transaccional, quien, junto a un pequeño grupo de terapeutas, creó su teoría psicológica basándose en el comportamiento del ser humano con otros. Para detallar un poco más y despejar el camino de las dudas, la psicóloga Mariela Fermento explica esta teoría sencilla y práctica, que brinda herramientas claras para aplicar en nuestras relaciones interpersonales.
¿De qué se trata la Psicología Transaccional?
El primer paso de Berne al armar su teoría fue estructurar la personalidad a través de los “Estados de Yo” y de la comunicación humana, a cuyas unidades de interacción llamó “transacciones”. Las personas expresamos nuestra personalidad cada vez que nos comunicamos, cuando pensamos, cuando reaccionamos, cuando sentimos, etc. Según esta corriente, en cada momento en que expresamos nuestra personalidad lo hacemos desde un Estado del Yo: Padre, Adulto o Niño. La persona madura o equilibrada en una persona PAN, es decir, con la parte adecuada de Padre Adulto y Niño. Cuando una persona PAN se encuentra con otra persona PAN, comienza el juego transaccional.
Esto nos permitirá establecer relaciones sanas y nos ayudará a alejarnos de situaciones que pueden llegar a tornarse violentas.
Pero, veamos ¿qué características tienen?
“Padre”, se comporta como lo haría un padre de verdad; suele ser dogmático, crítico y juicioso; le gusta la disciplina y se mueve desde creencias u opiniones. Nos acerca a lo que se debe hacer. Va a sentir o actuar como aquella persona que tuvo de autoridad cuando era infante. En este estado se diría: “Para ser un buen estudiante, se necesita mucho esfuerzo”.
El estado de “Adulto” funciona con datos, los cuales recibe, analiza y emite; representa nuestra parte más lógica, la razón. De acuerdo a las capacidades que ha desarrollado a lo largo de su vida, los conocimientos y las experiencias que ha acumulado, tiene una estabilidad emocional y ésta le permite hacer conciencia de sus acciones y del contexto en el que se encuentra. Tiene la capacidad de modular su comportamiento. Nos acerca a lo que conviene hacer.
Mientras que, el “Niño” funciona muy parecido a como lo hacíamos en la infancia, es la parte que aporta energía y motivación, es creativo y curioso. Se caracteriza por su intensidad, volubilidad emocional y el comportamiento impulsivo. Nos lleva hacia lo que queremos hacer. Enunciaría algo así: “He visto un máster que me encantaría hacer”, sin analizar si conviene, si puede costearlo, si es factible, etc.
¿Cuál es su aplicación real en la vida cotidiana? ¿Y en la familia?
“Lo importante del análisis transaccional es poder conocernos y conocer el entorno en el que nos comunicamos y cómo nos comunicamos, y así poder ser flexibles a la hora de interactuar, utilizando de manera estratégica las 3 partes del Yo. Esto nos permitirá establecer relaciones sanas y nos ayudará a alejarnos de situaciones que pueden llegar a tornarse violentas, ya que, a medida que lo pongamos en práctica, observaremos más atentamente desde dónde se estaría posicionando nuestro interlocutor”, puntualizó la psicóloga Fermento. Así, tanto desde el lenguaje verbal como no verbal, nos permite mejorar las relaciones de nuestro núcleo familiar.
Conviene aclarar que la mayoría de las personas oscilan entre Padre y Niño en sus transacciones, lo cual puede llevar muchas veces a establecer relaciones tóxicas. No es inusual hallar parejas que funcionan, generalmente, de forma “cruzada”, de manera que uno es casi siempre Padre y el otro es casi siempre Niño. Si ambas personas están cómodas en dichos lugares, la relación puede ser duradera, pero no será saludable. Si en una comunicación entre individuos, ambos se colocan como Padre, es entonces cuando puede haber una escalada de violencia en la comunicación, ya que se interpretará la transacción como una lucha de poder de uno sobre otro.
Según esta corriente, en cada momento en que expresamos nuestra personalidad lo hacemos desde un Estado del Yo: Padre, Adulto o Niño.
Por ejemplo, una madre e hija (30 años) se dan cita en un café. La madre luce vistiendo una camisa que su hija encuentra inadecuada para el lugar, entonces le dice “No deberías salir a lugares elegantes con esa camisa”, a lo que la madre, desde el Estado del Yo Niño, contesta avergonzada: “Pensé que era linda…”. En cambio, una respuesta desde el Yo Padre sería: “Vos no tenés por qué decirme cómo vestirme”, se disgustarían entre ellas y la charla podría derivar en una pelea. Qué diferente sería si la mujer contestase: “A mí me gusta y me siento cómoda con ella”, dejando a su hija sin nada que responder. En esta misma situación, si las dos se situaran desde el Yo Adulto, no tendrían esta discusión y cada una respetaría la individualidad de la otra.
Cuando un padre o madre interactúa con sus hijos, entonces sí es necesario que cada uno adopte su rol. Analicemos este escenario: la familia está de paseo en un centro comercial. Al pasar frente a la vidriera de una juguetería el hijo de seis años pide: “Papá, comprame ese juguete”; si el padre efectivamente cede a los deseos del pequeño, a pesar de que no es un buen mes para ese tipo de gastos, estará colocándose en el Estado de Niño y el hijo en el de Padre. Si, por el contrario, el padre determina que no comprará el juguete, los Estados siguen su orden natural.
Así, es viable estudiar todas las conversaciones que nos rodean, notando de inmediato y casi sin dificultad los Estados del Yo involucrados. El objetivo de conocer y reconocer estos comportamientos y sentimientos es ser capaces de aplicarlos a las relaciones que establecemos con nuestra familia, intentando siempre comunicarnos como adultos, sin juzgar o presionar a los demás y sin ubicarnos en un lugar “sumiso”. Lo positivo de esto es que el Estado Adulto es magnético, y si nuestra comunicación parte desde este punto, otros adultos “sanos” se verán atraídos hacia este centro. Caso contrario, podremos identificar las relaciones tóxicas cuya dinámica es perjudicial y podremos tomar distancia o trabajar en ellas.
El Análisis Transaccional es un sistema práctico que ayuda a tomar contacto con la realidad; un modo de explorar y comprender situaciones de conflicto y, en definitiva, un método concreto para entender y cambiar lo que vivimos y sentimos en nuestra relación con los demás.
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